Esta mañana recibimos la noticia de que el premio Nobel de la Paz fue acordado a Malala Yousafzay y a Kailash Satyarthi de Pakistán y la India respectivamente. A Kailash muy pocos lo conocían pero ha dedicado toda su vida, sacrificando su profesión de ingeniero, para mejorar la condición de la niñez a través del mundo; estableció el Bachpan Bachao Andolan, (vea el video en Facebook) un movimiento que trata de eliminar el tráfico y el trabajo de niños en la India. Lo mismo tenemos que hacer en nuestra América Latina. Abramos los ojos.
A Malala, todos la conocíamos. Es la niña que fue baleada, hace unos meses, por los Talibanes en Pakistán por asistir a la escuela. Milagrosamente se salvó y ahora vive en Estados Unidos. Fue en la escuela superior en la que estudia donde la maestra le comunicó que había ganado el premio Nobel. Malala ha mostrado una fortaleza y una determinación por promover la educación de las niñas digna de admiración por todos. Ojalá que el coraje mostrado por ella se multiplique mil veces. Se requiere ese valor y persistencia si queremos lograr un mundo mejor.
Estamos viviendo en una época interesante en la que las tradiciones sociales al igual que las creencias religiosas o culturales se están poniendo sobre la mesa a la vista y el análisis de todos. En muchos países musulmanes ya sea por tradición o por mala interpretación del Corán se impide que las niñas se eduquen. Una barbaridad, y para que no nos creamos que nosotros estamos bien, recordemos que fue ayer, por así decirlo, que las mujeres votaron en las elecciones y que podían estudiar carreras como las ingenierías normalmente reservadas para hombres. Y no digamos nada del cruel machismo que se mantiene en muchos hogares y comunidades.
Hay otra lección con ese premio Nobel: Malala es musulmana y Kailash es hindú, dos religiones en que por siglos, sus miembros, han peleado salvajemente. Ambos trabajando por lo mismo.
Es un motivo de esperanza ese premio. Toda cultura se enriquece al entrar en contacto con otra. Todos formamos parte de un todo en el que nos necesitamos unos a otros, formando un mosaico bello si dejamos a un lado los prejuicios. Al encontrarse con uno de otra cultura trátelo bien, hágale preguntas y comparta experiencias, trátelo como a un primo de la familia humana y verá que se siente mejor después del encuentro.
Siempre se me escapan unas lágrimas cuando veo el video de la celebración del cumpleaños de un somalí chofer de guagua (ómnibus) en Dinamarca. Lo trataron como un miembro de la familia. Tengamos esperanzas de que el mundo puede cambiar.